jueves, 17 de diciembre de 2009

Priscila Monje

La forma, en sentido estricto, no es más que la delimitación de una superficie por otra. Toda forma tiene su contenido interno.

El artista como creador ha de expresar lo que le es propio.

El artista como hijo de su época ha expresado lo que es propio de ella.

Al ser humano en general no le interesan las grandes profundidades y prefiere mantenerse en la superficie, porque le supone menos esfuerzo.

Cuando el artista llegue a afinar su alma sus obras tendrán un tono concreto.

El artista ha de tener algo que decir.

Los hambrientos y visionarios son motivo de burla o considerados anormales.

La competencia arrecia. La carrera en pos del éxito conduce a preocupaciones cada vez más externas.

Cuando la religión, la ciencia y la moral se zarandean y sus bases amenazan con derrumbarse, el hombre aparta su vista del exterior y la dirige hacia si mismo.

El color tiene un efecto puramente físico, como se disfruta de un buen manjar, luego se sosiega y la sensación desaparece como tras haber tocado hielo con los dedos.

Sabemos como el mundo va perdiendo misterio. Sabemos que los arboles dan sombra que los caballos y los coches corren, que los perros muerden y que la luna esta muy lejos y que la imagen del espejo no es real.

El estridente amarillo limon duele a la vista como el tono alto de una trompeta al oido, la mirada no podra fijarse y buscara la calma profunda del azul o el verde.

La fuerza psicologica del color proboca una vibracion animica. La fuerza física elemental es la via por la que el color llega al alma.

Unos colores parecen asperos y otros son pulidos y aterciopelados e invitan a la caricia como el azul marino profundo, el verde oxido de cromo y barniz de granza.

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